El pasado viernes 23 de Noviembre se llevo a cabo la presentación del proyecto de poesía multimedia de Los Salvajes de Ciudad Aka en el Centro Cultural Bella Época del FCE.  El presente texto que les presentamos fue leído por el poeta y artista mexicano César Cortes Vega, quién presento el proyecto ese día, y al que le agradecemos que amablemente nos haya acompañado durante esa presentación.




Contra-violencia indócil en la ciudad
Sobre el libro de poesía “Los salvajes de ciudad aká” de Moro + Kobra
César Cortés Vega
Toda lectura, diría el lugar común, es un mundo que involucra imágenes inadvertidas para el resto, es decir, para quienes no están en ese lugar y en ese instante preciso en el que se lee, y no perciben entonces lo mismo que aquel lector en la transmutación de los significados. Se trata de un momento de intensidad que en su ser ambiguo basa su veracidad reservada. Luego el juego vuelve a jugarse en el entramado de posibilidades sociales, por supuesto. Lo que quiero decir es que, si bien no siempre puede conseguirse algo parecido a la revelación, existe algo intransferible que en la lectura se hace posible. Y si bien es cierto que toda lectura del mundo puede traducirse luego en términos de comunicación, la experiencia en sí es exclusiva, quizá en buena medida gracias a que no es posible equipararla con algo material. Utilizo el término revelación, porque no se me ocurre otro, aunque no intento usarlo en forma de verdad trascendental, sino simple y llanamente de una operación de la cual sólo el que la experimenta puede tener la clave, dado que ésta tiene una combinación tan particular, una especie de micromecánica de sugerencias del instante, que mutará según quien ejerza el acto de inmersión en aquellas signos.
Escribir puede ser, por añadidura, la conciencia del acto previo y la apuesta de que al ser así, vale la pena colocar puntos de partida para aquella revelación no metafísica. El momento siguiente a la conmoción lectora. Una construcción que opera en la ruptura de aquel cuarto sellado que es lo que suele llamarse la comprensión. Quien escribe quiere entrometerse en las imágenes del otro y para ello crea una máquina de posibilidades en las que se sugiere un probable camino.
Y digo esto para hablar de las imágenes que he evocado en “Los salvajes de ciudad Aká” de Moro (Javier Moro) + Kobra (Carlos Ramírez): un ánimo detenido en este breve libro que tienta nervios puntuales, para hacer posible la existencia en ese cuarto de subjetividad salvaje que ha sido mi lectura. Intento entonces, si no ser fiel a ella, por lo menos relatar algunas de sus señales en este territorio poético que impone la incertidumbre de los tiempos por venir, y que se asemeja a lo que yo entiendo cuando se habla de lo post.  El prefijo define algo basado en una palabra antecedente, que no vindica del todo, sino que le supone en la medida de su cercanía. Es como decir; algo así como eso, pero luego de eso. Lo post es lo que pasa después, pero también una cierta reafirmación de lo que antes ya era, lo que no renuncia a la idea previa. Se está en un lugar para el que ya no alcanzan las palabras, y para el que no se poseen nuevos términos. Es probable que la poesía, en contra de todo lo que se decía hace tan sólo muy poco, haya resurgido de nuevo para eso; sondear posibilidades de la sensibilidad actual no nombrada, de lo que se sugiere en sus sueños o en la angustia de estar vivo en unas condiciones particulares del presente. Ocurre en el libro de Moro y Kobra; un planeo que sobrevuela la angustia de los días inciertos que dejamos detrás, y también que tenemos por delante. Un reclamo inmerso en la remembranza de lo que fue y de lo que se presiente. Si bien este reclamo se asume desde la mirada muda de los otros, éste toma la voz de quien no puede decirse, tanto como de un ser como cualquier otro que dice desde su abatimiento en medio de la bruma. La ciudad como centro, permite que desde sus ventanas-ojo se observe el ánimo que prevalece: ¿cómo era la ciudad? ¿Igual a la que era antes? Cómo permea en nosotros el miedo, y cómo nos adaptamos nosotros a él… Pero quizá la pregunta base desde la cual se parte en el libro es, para nuestra condición, certera y sencilla: ¿cuándo perdimos el rumbo? y ¿hemos sido nosotros los responsables de una violencia como la que observamos todos los días, ya sea en las portadas de periódico, ya sea en las esquinas de nuestras colonias?
Los salvajes de ciudad Aká es pues una distopía, creíble gracias a lo que ya sabemos acerca de nosotros mismos; vislumbres a través de estas ventanas-ojo que se desdicen diciendo en la perplejidad. ¿Es ciudad Aká la Ciudad de México? A mí me gusta pensar que no precisamente, que podría ser una ciudad como cualquier otra, aunque con las particularidades de nuestras varias urbes mexicanas que han perdido ya hace algunas décadas la inocencia de las metrópolis bullentes, y se encuentran cada vez más alejadas de la supuesta comodidad idílica de la tradición en la que los medios suelen insistir como único refugio entrañable del lugar habitado. En este sentido, ya es un hábito literario concebir a la ciudad como un ente vivo. De los muchos ejemplos a la mano, pensemos en Calvino y sus “Ciudades invisibles”, donde se repasan una serie de urbes imaginarias que poseen características particulares. Hay en cada una de ellas un tono, una maquinaria perversa, que nunca se sabe si ha sido creada por sus habitantes, o bien si es ésta la que ha hecho de sus habitantes lo que son. Y entonces pienso en que “Ciudad Aká” podría ser una de esas ciudades, la más perversa de todas ellas, no sólo porque en verdad existe, sino porque no podemos sino nombrarla desde nuestros preceptos. Eso es lo que la hace más peligrosa, pues ¿no seremos sus continuadores sin darnos del todo cuenta? Porque la frontera entre las víctimas y victimarios no es precisa en una metrópoli de “trazos inexactos, inconexos” (…) “submarinos que se pierden en la bruma matutina”. Sus habitantes podemos ser vacas afuera, cerdos adentro, partícipes en la construcción de poderes, sus víctimas y victimarios, seres contrahechos en el acomodo de preceptos. Y si la animalidad que deglutimos es la carne de nuestro espíritu, luego somos nosotros también animales en un trajín de ciclos perverso que recomienza cada vez que lo notamos, cada vez que nuestra participación da cuenta de todas las carencias que nos han llevado a ser lo que somos. Sin embargo, hay una diferencia con ese ser no nombrado que se oculta tras una violencia radical. Si es tan parecido a nosotros, ¿por qué no le podemos ver?
Otra evocación inmediata en mí fue el término post-punk, no únicamente porque fue escuchando, casi por casualidad, a un par de grupos del género que leí el libro, sino a causa de que muchos de las letras de sus piezas se hacen cuestionamientos semejantes, reconociendo la ambigüedad de los límites del daño. Específicamente escuché dos bandas europeas que le prestaron la música al libro y que conectaron sus imágenes a las mías: Motorama y Human Tetris. Y fue curioso porque me parecía que este género maquinal, recuerdo melancólico que justo es post, porque podría ser punk a menos que sus ritmos sin cadencia no dirigieran sus reclamos a un interior, más que a un exterior que se conforma con recuperarse de la alienación. Luego poemas de evocación rusa en el libro, con mezclas de otras ciudades, esta tristeza de un Moscú que de un desconsuelo totalitario, desembocó en una melancolía semi-democrática neoliberal:
…recuerda las noches que pasaste soñando en Moscú
Y luego:
Cómo sería caminar sobre cementerios dibujados sobre tus ojos
Sensación que la postguerra ha dejado y que, por más que intentemos disimularlo en nuestra era siliciana, ha evolucionado en la transformación de un Imperio muy parecido al que Hardt y Negri describieran hace unos diez años. El presentimiento del desastre posee la dimensión de nuestros aspavientos e incluso de nuestras filias más acendradas, y el poder incierto se entreteje en las fibras de las máquinas infinitesimales, la construcción de un nanopoder inscrito en nuestros actos. Pero ¿qué pasa afuera? Remembranzas de otro grupo post-punk perdido en la red, en este caso formado por italianos llamado Soviet Soviet que realizan una pirueta similar en una canción llamadaAztec Aztec; luego de la pérdida de la inocencia civilizatoria, la máscara de la ingenuidad en las Barbies humanas, en la integridad luego desmembrada de los colgados en los puentes, “…sin odio no hay infancia” dicen, en medio de las imágenes y su vértigo de MTV, o mientras los discos de vinyl acordaban el ritmo de un tiempo cíclico.
Inevitable a la vez no recordar las alusiones de Efraín Huerta a la ciudad. El rencor posee esa intensidad, y el aire que se respiraba y que se presentía envenenado, se ha potenciado y lo peor (o lo mejor, quién lo sabe decir con exactitud) es que nos adaptamos a su avance. En su poema Declaración de odio Huerta dice:
¡Los días en la ciudad! Los días pesadísimos 
como una cabeza cercenada con los ojos abiertos.
Estos días como frutas podridas.
Días enturbiados por salvajes mentiras.
Días incendiarios en que padecen las curiosas estatuas
y los monumentos son más estériles que nunca.
Larga, larga ciudad con sus albas como vírgenes hipócritas,
con sus minutos como niños desnudos,
con sus bochornosos actos de vieja díscola y aparatosa,
con sus callejuelas donde mueren extenuados, al fin,
los roncos emboscados y los asesinos de la alegría.
Probablemente ahí habría que agregar –¿por qué no?– entonces el vértigo de Moro y Kobra, las imágenes televisivas, que advierten con nulos  propósitos de visualidad instrumental, como un recordatorio de la muerte vendida como vida que los medios usan a favor de una apuesta en el estancamiento de la imágenes:
El televisor me ruega que lo apague Me muestra el seno derecho de una mujer pero el mimo lo arroja hacia la calle El televisor ve pasar los mismos ocho pisos que me ha hecho contar El televisor se resiste Las imágenes se concatenan Una pelea de perros Un choque de autos Una pareja teniendo sexo El televisor cree que cuando alguien muere recuerda todos los momentos vividos El televisor tiene un punto blanco en el centro…
A partir de este punto el texto toma un tono admonitorio. Sin embargo, no se trata de la constitución de una nueva moral. Como todo oráculo que se respete, las imágenes son el recuento de lo real hecho pesadilla. Lo ominoso dicta que el fantasma regresará en forma de silencio:
Porque la tierra negra cubrirá tus párpados
Y si la posibilidad se asoma –un cierto tipo de esperanza basada en la melancolía activa de la que hablara Julia Kristeva– hay un ritual de fuego que habrá que pasar.
Mi generación no conoció hasta ahora la guerra. Esta era una evocación caricaturesca, o un lejano terror que parecía ajeno. Hoy una guerra silenciosa ocurre y el cerco mediático dentro del que nos encontramos nos hace dudar acerca de si llevamos o no a cuestas esa piedra de Sísifo. No es raro que Camus, justamente un lúcido defensor de esta idea, haya concebido la producción de existencia como carga infinita en medio de la Guerra. Se trataba también de una advocación, como aquel patrocinio tutelar religioso. Hoy, está claro, esa celebración mortuoria es el silencio y la sustitución. Por eso las voces deberán multiplicarse y funcionar como fuerzas vivas. Definir el pesar, hacerlo visible, no es conjurarlo necesariamente, pero sí es transmutarlo. No hay dicotomía efectiva entre dolor y placer. Son territorios ambiguos que se superponen y que mutan. Y la historia se hace de una comprensión particular de sus posibles relaciones según un contexto determinado.
Moro + Kobra lanzan este trozo de poesía. Los segmentos de materia producidos por la ráfaga de una Avtomat Kaláshnikova modelo 1947 (AK-47) –no usada, por cierto, oficialmente por fuerzas federales– son empleados en esta evocación de nuestros desconsuelos. Un grito de conciencia indócil que dice que no todo es contubernio y amenaza. Que no todo puede negociarse por la vía del terror. La poesía, de más está decirlo, no para las balas. Pero sí coloca la lamentación en un territorio distinto al mero grito plañidero. Se trata de la minuciosa conformación de una postura. Esa actitud que hace que mujeres y hombres permanezcan de pie a pesar del desastre.

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