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4 de Julio de 2013.,
Diario 24 Horas,
Filemón Alonso Miranda,
Los Salvajes de Ciudad Aka,
Notas
on
-
El pasado Jueves 4 de Julio en el periódico Diario 24 Horas el periodista Filmenón Alonso Miranda publicó el texto "Subtérraneos y violentos" una pequeña conversación que sostuvo con Javier Moro Hernández, miembro de Los Salvajes de Ciudad Aka sobre el proyecto.
Les compartimos acá el texto y el link con la nota. Espero la disfruten
Subterráneos y
violentos
By Filemón
Alonso-Miranda Julio 4, 2013 1:23 am
“Ciudad subterránea,/ Ciudad sangre,/
Ciudad que se extiende bajo nuestros pies,/ Sin fin, sin conocer el sol”, dice
el poema “Mañana” de Javier Moro y Carlos Ramírez publicado en Los
Salvajes de Ciudad AKA, un texto que se distribuye de forma atomizada
por la capital mexicana como un susurro que se mete al Metro a las “7:20 de la
mañana, no puedes entrar” de lo cargado de gente que van los trenes por los
intestinos gruesos de la urbe que amanece somnolienta y dispuesta a vencer,
ahora sí, a su destino.
La poesía también se ha extendido más
allá de la experiencia del enamorado que sucumbe ante la mirada distante de su
objeto amoroso, del que describe cómo sucumbe descorazonado al abismo de la
soledad a la que le arroja el desdén del prójimo que no se encuentra en el
círculo mágico de la seducción y sus rituales. La ciudad remplaza en algunos
trovadores la imagen de un hombre o mujer idealizados. En “Constelación”, Jorge
Fernández Granados escribe: “La ciudad es un resuello,/ un contingente de
animales misteriosos,/ transmutada,/ infeliz./ La ciudad,/ torpe esqueleto de
rutas y monumentos,/ ombligo líquido que duerme/ un sueño largo y oscuro con
veinte millones de pasos cubriéndole la tristeza.”
Para Los Salvajes de Ciudad
AKA, entonces la capital mexicana es esa mujer insomne de calles vacías
donde “la noche silencio se descubrió violada/ por el canto afónico de un
asesino serial/ que aferrado a su guitarra gritaba/ “We are the decadence”.
Quizá la poesía se estancó, dejó de crecer por esa actitud asumida por algunos
de malditos, dice Javier Moro: de pronto todos éramos malditos y teníamos un
lenguaje elevado, distante, dizque divino; de alguna forma provocó que no
evolucionara este género al que uno no pide pertenecer como si se tratara de un
club, sólo uno se descubre.
Llegó al DeEfe a los siete años de su
natal Colombia, aunque desde entonces no se ha ido lo que refuerza su identidad
del chilango que viene de fuera y hace de esta metrópoli su espacio de búsqueda
en el barrio de la Peralvillo. “Cuando llegamos a la ciudad/ no había edificios
altos/ ni trenes bajo la tierra/ los techos eran de cartón/ y había más lodo
que en el pueblo”, los ecos de una infancia que remiten a otros nodos
habitables, otros ritmos ya desaparecidos, porque al final de todo, la Ciudad
de México es una fosa que guarda en la humedad silenciosa y ciega sus edades,
sus capas geológicas, cementerio. “Tarde descubrí que esta ciudad / es de
tendencia suicida”, expresa en otra parte del texto que debe ser leído mientras
Carlos Ramírez (Kobra) musicaliza desde una tornamesa y unos gráficos atrapan
la mirada de los asistentes.
Los rituales digitales contemporáneos
le han dado a los poetas, los que se asumen como tales, la facilidad de
proyectar sus sampleados textos sobre muros iluminados con láser, donde
imágenes nativas nos remiten a lo que vemos todos los días en la calle porque
“en esta ciudad todo es música/ y caminamos por las calles llenas de danzantes/
bajo un ritmo frenético/ y papá decía/ que todos descubrían cada día/ un nuevo
espacio/ en esta galaxia de territorios colonizados.”
El Metro, amores fugaces, recuerdos de
la infancia, los ambulantes, televisores que despiertan a hombres operados por
traumatismo craneoencefálico y azoteas con paisajes cableados sosteniendo las
calles en medio de un ambiente de violencia generalizada forman parte de un
vinil de palabras de mil ejemplares que si corren con suerte pueden adquirir en
alguna librería de NeoTenochtitlán o tirado en las escaleras eléctricas donde
vive la ballena metálica naranja que se engulle a cinco millones de personas al
día. O quizá se los regale alguien por equivocación, cuando piensen que “esta
ciudad es para salvajes,/ para aquellos que aman el frenesí/ de una tierra que
los devora,/ para aquellos que derriten el pavimento/ y dibujan en las paredes
/ecos de una vida sin esperanza.”
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